Durante los años
60, las plantaciones centroamericanas empezaron a recuperarse, lo que supuso
una disminución de la demanda para la fruta ecuatoriana. La crisis de
sobreproducción y la presencia de plagas golpearon con fuerza a los pequeños y
medianos productores, quienes no contaban con el capital para hacer frente a
períodos de crisis o nuevas inversiones. La quiebra de los pequeños productores
fue aprovechada por los grandes propietarios, quienes iniciaron la etapa
bananera de la gran plantación en la Costa ecuatoriana. Muchas veces estos
combinaban la producción con la actividad exportadora, imponiendo precios a los
pequeños productores que aún hoy subsisten en el agro de la Costa.
Económicamente,
los efectos del auge bananero en el país fueron importantes. Se profundizó el
modelo de desarrollo capitalista en relación con el mercado mundial. Ecuador se
insertó en un orden internacional en el que asumió claramente el papel de
proveedores. Al mismo tiempo se produjo un aumento de la producción nacional en
distintos órdenes, se expandieron las relaciones salariales, creció el mercado
interno y la economía se diversificó. Los sectores que crecieron fueron la
industria, la construcción, la pesca industrial, la producción agropecuaria, el
comercio, la banca, el transporte y las comunicaciones.
El desarrollo
urbano que se había anunciado tímidamente desde inicios del siglo XX se
intensificó notablemente. El Estado desarrollista, sustentado en una economía
en crecimiento, fomentó la profesionalización de sus capas medias. En la Sierra
el auge bananero y los límites propios de un sistema caduco provocaron la
descomposición del sistema de hacienda tradicional, el cual enfrentó la
necesidad de modernizarse. Mucha población emigró a la Costa y otra engrosó la
población de las ciudades de la Sierra.
Cuando las
exportaciones bananeras empezaron a decaer en los años 60, el Estado regulador
y planificador orientó la economía, hasta entonces dependiente del mercado
exterior, hacia el modelo de sustitución de importaciones que privilegió el
desarrollo interno.
Desde 1948, los
protagonistas de la vida política ecuatoriana hicieron un esfuerzo común por
alcanzar una estabilidad que se veía como condición indispensable para el
progreso y el desarrollo del país. Este esfuerzo estuvo apoyado por una
coyuntura económica favorable que se tradujo en la ordenada sucesión
democrática de cuatro gobiernos: en 1952 triunfó Velasco Ibarra; en 1956,
Camilo Ponce Enríquez; y en 1960, otra vez Velasco Ibarra.
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